Durante la pandemia de Covid-19 los niños, niñas y adolescentes fueron seriamente afectados por el desconocimiento sobre cómo evolucionaria el virus, tanto en el mundo como a nivel nacional. No conocíamos su comportamiento, sus características de afectación, los grupos etarios que podían estar más comprometidos, cómo podía afectar a niños, niñas y adolescentes, ni conocíamos el rol de los más pequeños en cuanto al contagio de la enfermedad.
Y con el paso del tiempo la evidencia demostró que niños y niñas se contagian menos y la mayoría son asintomáticos o cursan la enfermedad con episodios respiratorios leves (sobre todo en los menores de 10 años). Además, no son grandes propagadores del virus y, en definitiva, los centros educativos son un reflejo de lo que ocurre en la comunidad, habiendo mayor posibilidad de contagio afuera de la escuela que adentro.
Más allá de eso, sí sabíamos desde el comienzo que las consecuencias de que la población pediátrica y los adolescentes quedaran fuera de los salones serían incalculables. Porque a pesar de que se implementaron diferentes formas de acercamiento al alumnado, pensando en superar de alguna manera la falta de la presencialidad y poder estar presentes en sus vidas, la realidad es que igual se generaron perjuicios, y en algunos casos mucho más severos que en otros, de acuerdo con lo que empezamos a comprobar hoy en día.
Ocurre que la escuela es un lugar primordial para el desarrollo, un sitio que brinda oportunidades de aprendizaje, genera instancias motivacionales, brinda habilidades de superación y resolución efectiva de conflictos y también, en muchos casos, el centro educativo supone la forma de poder acceder a un adecuado programa de alimentación y nutrición, y de protección social.
Así, la inasistencia al establecimiento educativo se termina convirtiendo en una circunstancia que profundiza la inequidad en el aprendizaje, a la vez que reduce el apego a la educación formal, aumentando el riesgo de deserción escolar definitiva, entre otras tantas implicancias sociales. Todo esto, termina ampliando la brecha en detrimento de las personas socialmente más vulnerables.
Por lo tanto, queda claro que desde la SUP consideramos importante y fundamental que este año se retomen los cursos presenciales en nuestro sistema educativo, brindando a nuestros niños, niñas y adolescentes una red de apoyo, acompañamiento y protección que es única, y que no se sostiene de igual manera en el vínculo virtual.
Para concretar ese regreso, las medidas sanitarias preventivas que sugerimos aplicar son las mismas que venimos explicando desde el inicio de la pandemia y que todos bien ya sabemos: desinfección, ventilación, mascarilla bien colocada e higienizada, lavado de manos y distanciamiento físico, al igual que limitar el contacto social a nuestra “burbuja” más cercana, en la medida de lo posible. Y ni que hablar que debemos actuar con responsabilidad en caso de tener síntomas o contar con una persona con síntomas en nuestro círculo de contactos.
En igual medida, llamamos a seguir cumpliendo con las recomendaciones de las autoridades sanitarias y a atender las indicaciones de las autoridades educativas de cara al comienzo del año lectivo, de modo tal de contener al Covid-19 y lograr que el regreso a clases presenciales sea una realidad equitativa, motivacional y de protección de los niños, niñas y adolescentes, más allá de la pandemia aún latente.
En la SUP estamos a entera disposición de las autoridades respectivas para colaborar en aquellas instancias que entiendan oportunas para favorecer el buen resultado de este proceso.
Comisión Directiva, SUP
17 de febrero, 2021